Ven conmigo, atrévete a comenzar tal osado viaje en el cual no prometo que veras cosas que jamás imaginaste, de que me sirve jurarte que sentirás esa dicha prodigiosa que solo conoce aquel que ha amado, pero no te hablo de aquel amor rosa de príncipes y castillos, pero que no asegura satisfacer aquella necesidad imperiosa de saborear el fruto vivo, que no es más que ese alimento escaso que solo cosecha el que esta dispuesto a soportar días áridos contemplando ese sol, el que tiene un inicio y un fin, pero ese fin es solamente una ilusión, porque cual hoja que muere en el invierno, regresa con vida en la primavera, primavera que dibuja en matices multicolores la tierra sin vida que la nieve dejo a su paso, tal es el regreso esplendoroso y victorioso al día siguiente para seguir despertando y dando vida a todo aquel que sufre un letargo gracias al poderoso veneno de su enemiga la luna que se empeña obstinadamente en enajenar las mentes de aquellos pobres poetas que se regocijan de tan resplandeciente luz, que no es mas que la luz que el astro rey lanza para hacer brava galanura de el poder que tú ostentas pero que nunca podrás obtener.
Ven conmigo, no tengas miedo, que habré de protegerte como el cielo protege a las estrellas para que no caigan en el inmenso mar, ese vasto océano que las desea pero se conforma con tener el reflejo de ellas sobre su tersa piel, que se viste de gala en esas noches que danza junto a la luna su eterna confidente en cuestión de amores, pues no hay noche más romántica que cuando luna y mar se hunden en un apasionado beso…